martes, 1 de marzo de 2016

PABLO DE ANDRÉS COBOS: MAESTRO EN LA GRANJA


Esta entrada se basa en el Trabajo de Fin de Máster de Javier Fernández sobre el Orfanato Nacional de El Pardo. Agradezco sinceramente las facilidades ofrecidas por Javier para la elaboración de la misma.



Pablo de A. Cobos, maestro en La Granja (1925-1931)

LO QUE HE HECHO EN MI ESCUELA POR LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS DURANTE LOS TRES ÚLTIMOS AÑOS.

"En La Granja alcancé un rinconcito en donde respirar a gusto, sentí tristeza al partir y me parece que quedan allá florecillas de mi espíritu. Logré vivir y convivir dentro y fuera de las salas de clase. Más fuera que dentro."

...He reaccionado de muy distintas maneras y he vacilado mucho. Cada día menos; va triunfando la conciencia frente a la ley. (Aun así, en el verano de 1929, al encargarme de la dirección de la graduada, me preguntó un inspector, buen pedagogo y buen educador (D. Antonio Ballesteros), ¿qué piensa V. hacer? Y le respondí resueltamente: Comenzar por una escuela de tipo intelectualista).

¿Gracias a qué? Disciplinando lo temperamental y recogiendo experiencia ajena. Gracias a un poco de instinto profesional y a no escasa fortuna. Instinto para preferir, antes de conocerlas, las zonas profesionales en que están las mejores instituciones y los mejores maestros y fortuna que me ha permitido entrar en contacto directo con las unas y los otros.

El año 26, con una pensión de la Diputación Provincial de Segovia, pude hacer un viaje de tres meses para estudiar las mejores escuelas de España y me detuve en "Baixeras" y "La Farigola", "Escuela de Mar" y "Escuela de Bosque", en Barcelona; "La Florida", "Cervantes" e "Institución Libre de Enseñanza", en Madrid. El año veintinueve hice lo mismo en Francia, Bélgica y Suiza. Si algún día llego a ser maestro reconoceré que empecé a serlo con esas pensiones y cifro mi mayor orgullo profesional en merecer la amistad, aunque sea benévola, de los mejores maestros...

...Hay otro aspecto de mi tarea que no me deja tan descontento, que no acusa remordimientos, que no me mantuvo vacilante. Viví y conviví en esa escuela de La Granja que acaso hubiera llegado a ser mi escuela. Hay algo emocional en su recuerdo que me habla de energías consumidas que pueden verse cuajar y de cariño cierto en los niños que mejor me conocieron. Lo mejor de todo esto, fuera de las salas de clase. Cuando nos quedábamos en la escuela con cualquier pretexto o sin ninguno, cuando nos íbamos de paseo, cuando nos encontrábamos en la calle, cuando jugábamos juntos en la Pradera del Hospital, cuando hacíamos excursiones.

Un niño miente y se enfada veinte veces al día en la escuela, pero ni se enfada ni miente cuando juega o va de paseo con el maestro: lee con gusto el libro que él elige y marea a toda la familia hablando de las cosas en que pone su cariño. Entiende mal y responde con torpeza en las lecciones, y comprende bien e interviene correctamente en una conversación particular. Cobarde, insincero e impertinente dentro de la clase; sincero, llano y oportuno en la calle. Y gracias a la calle, a lo extraescolar, los niños de mi grado de la escuela de La Granja fueron manifestándose cada día más naturalmente ante mí.
Algo parecido me ocurría a mí mismo. Todas las ligaduras que sentía dentro de la clase quedaban rotas en cuanto me veía sin el trágico y concreto deber delante de los ojos. Y ahora, sí; sin vacilar, sin reparos, seguro de mí mismo, me entregaba a las reacciones naturales. Si mi saber me ha dado muchos temores, mi conducta me dió muy pocos y hasta me parece que ha valido siempre como ejemplo.

Y para esto, para buscarme un rincón dentro de aquella escuela, para vivir y convivir a mi gusto con aquellos niños, para resarcirme de aquel pesar de los programas y las lecciones, hice lo mejor de todo lo que de mí ha quedado en La Granja: una sociedad escolar infantil. Los niños de diez años, con una cuota de diez céntimos semanales, lograron algo esencialmente práctico y mucho de la categoría de lo espiritual imponderable. Una biblioteca; excursiones a Segovia, Ávila, El Escorial, Coca y Santa María de Nieva, Sepúlveda, Pedraza y Turégano, Riofrío; material para juegos deportivos. En otro orden: convivir entre sí por las comunes preocupaciones, con las niñas y conmigo, y algún hábito de autogobierno. Para la escuela lograron la simpatía de los padres, que por primera vez, me parece, se dieron cuenta de que la escuela era un ser vivo.

Gracias a todo esto, cuando los niños se cruzaban conmigo me decían adiós agitando la mano y abriendo la sonrisa y se les olvidó besar la mano, quitarse la boina y ceder la acera.

OBSTÁCULOS QUE HE ENCONTRADO PARA REALIZAR MI LABOR Y COMO LOS HE VENCIDO:

Hay obstáculos de carácter personal y, entre ellos, la falta de una formación profesional sistematizada. De las condiciones que tengo, las que estimo, se las debo a la ambición y a cierta rebeldía natural que me han salvado de la conformidad con lo definitivamente malo, del estancamiento en lo peor, del rutinarismo. Y me han conducido hacia dos lugares de educación verdadera: la Institución Libre de Enseñanza y la Escuela Cervantes. A estos dos centros les debo yo lo mejor de lo bueno que pueda tener como maestro, y, a la primera, mucho de lo bueno que pueda tener como hombre, por haber podido llegar fervorosamente hasta sus profesores. De unas cuantas conversaciones con el Sr. Cossío, con el Sr. Rubio, con el Sr. Blanco, con el Sr. do Rego y con el Sr. Gutiérrez y de algún trato con el Sr. Llorca he sacado direcciones e inquietudes que me durarán toda la vida. Y no poca confianza en mí mismo.

...Hay otro tipo de obstáculos; los profesionales: local, régimen, material, autoridades... Tienen cierto carácter general que excusa la exposición. Pero es articular mi mala suerte en cuanto a los compañeros, que hago constar por ser cierta. Salvando esta escuela de Barcelona, fué tan mala mi fortuna que solo hallé la ineptitud o la desgana, cuando no una estúpida envidia o una rivalidad totalmente ridícula por necia. Y este sí que es obstáculo fuerte porque no se puede ir a una escuela para reñir todos los días. Yo fuí a La Granja substituyendo a un maestro que sufrió la aplicación del artículo 171 y a colaborar con dos compañeros condenados a uno y dos meses de pérdida de sueldo. Toda clase de escándalos se conocían allí. Y aquí sí que me adjudico un triunfo. Los problemas de la escuela no volvieron a salir a la calle. Fué propósito firme del primer día que mantuve con éxito. Y me pertenece por entero porque ya hay, de nuevo, pública desavenencia.

Otra clase de obstáculos son los genuinamente locales. Podría hablar de estos muy ampliamente porque tiene una psicología muy característica aquel pueblo. Surgió en torno al palacio real y ha vivido siempre de la corte y de los cortesanos. Este vivir les dió una segunda naturaleza, de lacayo perfecto, a sus habitantes; lacayo que se convierte en señor tan pronto como desaparece el amo. Y unas condiciones tan extraordinarias para la mendicidad como para el hambre. La casa real no solo forzaba a los habitantes de La Granja a vida material miserable sino que les reducía a eso todo su vivir, sin espíritu, sin alma, sin conciencia.

Pero yo he escrito un libro para culpar al maestro vencido y no me gustaría hallarme entre tantos ni había de satisfacerme una rectificación. Me agrada mucho, en cambio, poder afirmar que gocé de respeto y prestigio en aquel ambiente tan desfavorable para mi sinceridad, mi indiferencia religiosa y mi socialismo. Aguanté con firmeza la ofensiva de alcaldes, caciques provinciales y obispos y basta mi conducta para mi defensa. Un poco de prudencia y mucha honradez, conducta limpia y clara servida por la inteligencia indispensable, aseguran el triunfo. Pude seguir paseando con los niños y conversando con la juventud sin miedo y sin alardes estúpidos.

Unas palabras sobre la juventud. Me propuse luchar contra el "bar”. Medite un plan para mi clase de adultos, organice una sociedad, hice lecturas y conversaciones, comencé a prestar libros... y no vencí al “bar". Tomé pocas precauciones, se llenó la sociedad de señoritos y me la mataron. Salvé una docena de muchachos que se aficionaron a mis conversaciones, a las lecturas y a caminar conmigo, de cuando en cuando, por la sierra. Intenté resucitar dos viejas aficiones locales: la pelota vasca y la música de cuerda. No lo conseguí. Nos faltó gana y dinero...




No hay comentarios:

Publicar un comentario