jueves, 12 de noviembre de 2015

LA MAESTRA DE LA GRANJA. ENRIQUETA CASTELLANOS PEREDA


Agradecemos la colaboración de Javier Fernández Fernández para la realización de esta entrada. Documentación extraída de su trabajo de fin de Máster: La construcción de una casa de huérfanos modélica, el Orfanato Nacional de El Pardo (febrero de 1931- febrero 1934), Máster en Memoria y Crítica de la Educación, curso académico 2012-2013. Univ. de Alcalá. Las fotografías pertenecen al archivo Enriqueta Castellanos.

El blog Arqueología de Imágenes se suma a la celebración por la reedición de Estampas de aldea presentando a Enriqueta Castellanos, maestra de La Granja desde 1925 a 1931.
En el padrón municipal de San Ildefonso de cédulas personales del año 1931 nos aparece el matrimonio formado por Pablo de A. Cobos y Enriqueta Castellanos Pereda, ambos maestros nacionales.

Enriqueta, natural de Madrid, de 29 años, casada y con cinco hijos menores declara que vive en la calle Reina, 4 (antigua casa de los maestros y hoy parte del Ayuntamiento) y que tiene unos ingresos de 3.000 pesetas mensuales.




Retrato de Enriqueta Castellanos Pereda, maestra en La Granja (1925-1931). Archivo Enriqueta Castellanos.

Ella misma nos cuenta su actividad docente en La Granja:

LO QUE HICE EN MI ESCUELA DURANTE LOS TRES ÚLTIMOS AÑOS.

Cuando me sentí responsable dentro de mi escuela procuré ante todo conquistar el cariño de las niñas para lo que no les escatimé el mío, haciéndoles ver en mí no la maestra que riñe y siempre está seria, sino la amiga más segura dispuesta a escuchar en todo momento y a responder a toda pregunta. Y cuando conseguí la confianza de las chiquillas y les hice olvidar el movimiento instintivo de cubrirse la cara si alguna vez levantaba la mano al pasar junto a ellas (tan acostumbradas estaban a los cachetes) sentí cierto contento que aumentó al comprobar el que las niñas experimentaban cuando estaban conmigo. Recordé muchas veces las horas vividas en las colonias y recordando los cantos que allí aprendí quise rememorar aquellas horas y se los enseñé con gran entusiasmo suyo.

Quise enseñarles gimnasia rítmica y alguna danza: conseguí la ayuda de una señorita, mas pronto se cansó y tuve que desistir de mi empeño. En la escuela era imposible por el local deficiente que teníamos, sin otras salas que las clases y sin patio: los ejercicios gimnásticos los reservábamos para los días que salíamos de paseo, los jueves por la tarde cuando el tiempo lo permitía (pocos por cierto). Eran estos días verdaderas fiestas para las chiquillas, poco o nada acostumbradas a que la maestra organizara sus juegos y tomara parte en ellos: celebraban con gran regocijo el hallazgo de alguna piedra interesante o, cualquier mariposa o insecto que sirviera para la colección.

!Y cuánto más provechosa era cualquier lección dada, un día de paseo, que diez hechas en la escuela! Recuerdo siempre la ilusión que despertaba el paseo que solíamos hacer todos los años a ver el origen del Eresma! !Qué bien se enteraban aquel día todas las niñas de cuanto se decía! ¡Cuántos temas de conversación teníamos para días sucesivos! Pero las familias entorpecían esta labor pues consideraban que sus hijas perdían el tiempo cuando en vez de estar cerradas en la escuela salían al campo. Como si éste no fuera el mejor sitio para encontrar cosas dignas de estudio.

En estos paseos siempre nos acompañaba un libro... "Cuando la Tierra era niña", "Platero y yo", "Poesías" de Machado, Gabriel y Galán…. !Con qué interés escuchaban todas y cómo llegaron a saborear la lectura de estos libros! !Cómo lloraban si leíamos la muerte de Platero!

Esta afición por la lectura me hizo pensar en la necesidad de la biblioteca. Pero ¿cómo adquirir libros con la irrisoria cantidad que el Estado daba para atender a todas las necesidades de la escuela si la partida de calefacción consumía casi la mitad de la consignación? No obstante, quise satisfacer la necesidad que aquellas criaturas tenían de la lectura, ellas que casi exclusivamente habían leído las torturadoras lecciones de memoria; reuní unos cuantos libros, comprando unos (los menos) y añadiendo otros míos. Hicieron un pequeño catálogo, nombraron bibliotecaria y auxiliar y muy modestamente comenzó a funcionar la biblioteca. Solo las niñas del tercer grado tomaban libros y quedaban obligadas a hacer un breve resumen de lo leído. Quedé contenta con los resultados pues observé que no solo leían las pequeñas sino que la mayor parte de las veces el libro era leído por toda la familia, que así empezó a interesarse por algo de la escuela. Con estos resultados me encariñé con la biblioteca y procuré por todos los medios aumentar el número de ejemplares llegando a reunir 180. Las bibliotecarias llevaban un cuaderno en que anotaban el título y autor, las fechas de entrega y devolución y el nombre de la lectora, pudiendo verse qué libros eran los preferidos por cada una.

Otra de mis primeras preocupaciones, dada la pobreza del pueblo, fue el funcionamiento de la Cantina escolar: pero si para el de la biblioteca encontré grandes obstáculos económicos, ni que decir tiene que infinitamente mayores fueron los que hallé para la Cantina. Sin embargo, ante la necesidad de lograrla, trabajé sin descanso y la conseguí, teniendo la alegría de poder dar comida sana y abundante a aquellos pequeños para los que el comer en la Cantina era asistir a un banquete constituyendo ésta la única comida seria que hacían en todo el día; y aprendieron a comer con limpieza y a manejar el cubierto. Los niños convivieron con las niñas ayudando los mayores a los pequeños a partir la carne y el pan, a servirse, etc, etc, y se acostumbraron a tratar amablemente a sus compañeras con las que también convivían en los juegos y excursiones.

El funcionamiento de la Cantina me hizo pensar en hacer un ensayo modesto de enseñanza menagère: pero como estaba instalada fuera de la escuela y yo había de atender a la clase, no pude estar en la cocina y a la cocinera no le resultaba agradable y tampoco sabía atender a las dos niñas que diariamente iban, y todo quedó reducido a que las pequeñas arreglaran y adornaran los comedores y atendieran al servicio mientras los: niños comían. El fregado de vajilla y lavado de mantelería intenté que lo hicieran alguna vez pero hube de desistir ante las protestas de las madres y convencida, por otra parte, de que aquellas niñas no necesitaban aprendizaje de cosas que diariamente hacían en sus casas.

Lo que más gustaba a las niñas y lo que con mayor cariño y entusiasmo atendían era la Sociedad infantil. Fundada a fines del año veintiséis, cada día iba tomando mayor vida y hubieran sido capaces de los mayores esfuerzos para evitar su disolución. Nació pobremente: treinta y tantas o cuarenta niñas del tercer grado comenzaron pagando una cuota de ingreso de 0,25 que quedó reducida a la semanal de 0,10. Con los fondos recaudados de esta forma y alguna otra cuota extraordinaria de 0,25 pudimos hacer la primera excursión a los seis meses de la fundación de la sociedad. Fuimos a Segovia, capital que muchas niñas no conocían a pesar de la proximidad (once kilómetros), dándose el caso de niñas que subían por primera vez en autobús siendo éste el único medio de comunicación del pueblo. La emoción de aquellas chiquillas en su primera excursión es cosa que no olvidaré, como creo no olvidarán ellas las impresiones de aquel día: los incidentes y las visitas al Acueducto, Catedral, Alcázar, l Parral… ¡Qué lindo trabajo hicieron algunas después!

Ni que decir tiene que esta primera salida avivó el entusiasmo de las pequeñas y despertó el de los mayores que empezaron a darse cuenta de la importancia de la función escolar y lo demostraron con la emoción con que acudieron a despedirnos y a esperarnos, con expresivas muestras de agradecimiento hacia mi labor. Con esto logramos también una pequeña ayuda económica por parte del Ayuntamiento que consignó 25 pts en sus presupuestos como subvención para la sociedad, y con esta ayuda y el aumento de asociadas hicimos el primer pedido de libros para la biblioteca, a cuyo fin, según el reglamento deberían dedicarse 5 pts mensuales.

Al año siguiente fuimos a El Escorial; a Ávila el año veintinueve, y el treinta hicimos tres excursiones: en mayo Riofrío, en setiembre a Coca por Santa María de Nieva, y en octubre a Sepúlveda, yendo por Turégano y volviendo por Pedraza.

En todas estas excursiones, aparte de la convivencia entre los niños y niñas de La Granja, logramos la de éstos con los de las localidades que visitábamos, con los que de antemano les habíamos puesto en comunicación, dándose la nota simpática de que después hicieron ellos por su cuenta, intercambios, pasando temporadas en casa de los amigos.

Al calor de la Sociedad Infantil nació la de antiguas alumnas, creada ante la insistencia de muchachas mayores, que, sin haber sido discípulas mías, sintieron cierta pena al ver no podían disfrutar ellas como sus hermanas pequeñas. Tanto insistieron que no pude negarme y en noviembre de 1929 quedó fundada con la cuota mensual de una peseta. Aun siendo pocas las asociadas y no grande la cuota, en setiembre del 30 fuimos a El Escorial que era uno de los sitios que más les interesaba por haber oído hablar de sus bellezas a sus hermanillas.

No obstante lo bien que la sociedad se desenvolvía, en reunión celebrada en marzo de 1931 en que les anuncie mi nombramiento para Barcelona, acordaron disolverla, pues no quisieron quedara en manos de las otras maestras que nunca vieron estas cosas con simpatía.

Una de las notas más simpáticas que logré con estas sociedades fué el acostumbrar a las muchachas al autogobierno; ellas manejaban sus fondos y llevaban SUS libros de contabilidad y de actas, redactaban Memorias a final de año en las que quedaba reflejado todo el entusiasmo y el cariño que sentían y eran verdaderamente atrayentes las sesiones que celebraban y la seriedad con que se observaba el riguroso turno para hacer uso de la palabra.

OBSTÁCULOS QUE HE ENCONTRADO PARA REALIZAR MI LABOR Y COMO LOS HE VENCIDO

El mayor obstáculo y más doloroso para mí lo encontré en la compañeras que, lejos de secundar mi labor, favorecieron siempre la crítica de las familias y procuraron aumentarme las dificultades. Dura fue la censura que las familias hicieron cuando suprimí el libro de estudio que hasta entonces habla sido el martirio de las niñas. Lo mismo pasó cuando empecé a enseñarles cantos regionales, llegando a decirme públicamente, en tono de acusación, que enseñaba “cantos callejeros" en la escuela. No diré nada de cómo aumentaron las censuras cuando apareció en clase el muñeco adquirido para que las mayores hicieran las ropitas para vestirle y aprender a ponerle debidamente las prendas de recién nacido; entonces se comentaba diciendo que en la escuela se jugaba a las muñecas en lugar de dar lección de memoria. Lo mismo ocurrió sobre los trabajos manuales y el dibujo. Pero luego, cuando con motivo de las excursiones las millas fueron acercándose a mí y pude hablarles de las ventajas que cada una de estas cosas reportaba a sus hijas, poco a poco me capté las simpatías, y como contaba con al cariño de las niñas y como en sus casas veían era un disgusto para ellas el tener que faltar a la escuela, conquisté su confianza y, con ella, acabaron casi. por completo los reproches que se me dirigían.

Más difíciles de vencer fueron siempre los inconvenientes económicos que entorpecieron y retardaron el funcionamiento de la biblioteca y de la cantina. Sin embargo, maduré el plan y lo llevé a la práctica: pedí su colaboración al director de la graduada de niños; contando con ella esperé la época veraniega y fuimos los dos casa por casa pidiendo donativos para reunir con ellos cantidad con que poder acometer la instalación del comedor. En esta empresa sufrimos, naturalmente, grandes desencantos, pero no fué inútil y logramos recaudar una suma modesta que nos permitió abordar la realización del proyecto, logrando así mismo alguna suscripción entre las personas acomodadas de la localidad.

Encontramos otro nuevo inconveniente: la escuela no tenía sala donde instalar el comedor. Qué hacer? Acudimos a las oficinas de la administración del entonces real patrimonio y conseguimos la cesión de un local próximo a la escuela que ocupaban unas monjas durante el verano. Obtuvimos del favor particular las mesas y sillas necesarias y tan pronto como dispusimos del menaje indispensable inauguramos el comedor con veintiocho niños que eran todos los, que cabían en el local cedido.

Más tarde solicité la ayuda del Ministerio de Instrucción Pública que nos otorgó una subvención de mil pts el primer año y dos mil los últimos. En vista del desahogo económico que esta ayuda nos proporcionaba y ampliando el comedor, acordamos aumentar el número de raciones a veinte niños y veinte niñas. La cantina funcionaba durante los meses comprendidos de noviembre a marzo, ambos inclusive. Aunque las suscripciones particulares disminuían de día en día por la apatía del pueblo, que era el mayor enemigo que tenía la cantina, se mantuvo bien gracias a la subvención citada, y al cesar yo el 31 de marzo del año actual en el cargo de secretaria, quedaban unas cuatro mil pts en la Caja Postal.

No fueron tan grandes los obstáculos que hallé para el funcionamiento de la biblioteca. Dediqué a la adquisición de libros veinte o veinticinco pts del presupuesto escolar y cincuenta o sesenta de la Sociedad Infantil y pronto logré disponer de ejemplares suficientes para que todas las niñas hicieran una lectura semanal.

Esto en mi escuela de La Granja. Nombrada en abril maestra de Barcelona, no se inauguró el grupo a que fuí destinada hasta el 18 de mayo. Tuve la mala suerte de no tener directora por hallarse enferma y me encargaron de 20 niñas analfabetas por falta de escolaridad (muchachas hasta de doce años) y sinceramente creo que el mes y medio que estuve con ellas obtuve muy poco o ningún resultado: al menos comprobé que pasado el verano no quedaba ninguna señal de mi labor. Ya al frente de la escuela la directora, hube de encargarme de la clase de Castellano organizada en virtud del Decreto sobre bilingüismo: cuarenta niñas en total, desde párvulos hasta las de trece años, algunas de las cuales cursan primer año de Bachillerato. Una unitaria en la que encuentro múltiples inconvenientes, en que trabajo mucho y obtengo poco y que me obliga, a veces, a sentir nostálgico recuerdo de mi escuela de La Granja.

Qué más hice yo? Ciertamente lo expuesto no es ninguna novedad, pero cuando fuí a La Granja el último verano y acudieron a verme las niñas, cuando recibo cartas de las muchachas que convivieron conmigo durante seis años, que ya son mujercitas, y veo mezclados el respeto, la confianza y al cariño, creo fue esto lo mejor y llego a pensar no es tan poco como parece.

Barcelona 24 noviembre 1931

Enriqueta Castellanos [firmado y rubricado]



Enriqueta Castellanos en el Mar, con unos amigos. Archivo Enriqueta Castellanos.



Enriqueta Castellanos, con unos amigos, en el Último Pino. Archivo Enriqueta Castellanos.

4 comentarios:

  1. Aku,

    Dejo el enlace a la comunicación "Concepto que tengo de la educación en una Casa de Huérfanos: Las memorias del concurso para la selección de maestros del Grupo escolar del Orfanato Nacional de El Pardo" que incluye pequeñas biografías sobre Enriqueta Castellanos y su marido Pablo de Andrés Cobos. La comunicaación se he publicado en las "Actas de las XI Jornadas de Castilla-La Mancha sobre Investigación en Archivos. La Educación en España. Historia y Archivos".

    http://www.s354988462.mialojamiento.es/archivo-guadalajara/actas-XI-jornadas/?utm_source=hootsuite#744/z

    Un saludo

    Javier

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  2. Interesantísima investigación sobre la misión de la escuela pública y, en este caso, de una maestra

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