Agradecemos la
colaboración de Javier Fernández Fernández para la realización de esta entrada.
Documentación extraída de su trabajo de fin de Máster: La construcción de una casa de huérfanos modélica, el Orfanato Nacional
de El Pardo (febrero de 1931- febrero 1934), Máster en Memoria y Crítica de
la Educación, curso académico 2012-2013. Univ. de Alcalá. Las fotografías
pertenecen al archivo Enriqueta Castellanos.
El blog Arqueología de
Imágenes se suma a la celebración por la reedición de Estampas de aldea
presentando a Enriqueta Castellanos, maestra de La Granja desde 1925 a 1931.
En el padrón municipal
de San Ildefonso de cédulas personales del año 1931 nos aparece el matrimonio
formado por Pablo de A. Cobos y Enriqueta Castellanos Pereda, ambos maestros
nacionales.
Enriqueta, natural de
Madrid, de 29 años, casada y con cinco hijos menores declara que vive en la
calle Reina, 4 (antigua casa de los maestros y hoy parte del Ayuntamiento) y
que tiene unos ingresos de 3.000 pesetas mensuales.
Retrato de Enriqueta
Castellanos Pereda, maestra en La Granja (1925-1931). Archivo Enriqueta
Castellanos.
Ella misma nos cuenta su
actividad docente en La Granja:
LO QUE HICE EN MI
ESCUELA DURANTE LOS TRES ÚLTIMOS AÑOS.
Cuando me sentí
responsable dentro de mi escuela procuré ante todo conquistar el cariño de las
niñas para lo que no les escatimé el mío, haciéndoles ver en mí no la maestra
que riñe y siempre está seria, sino la amiga más segura dispuesta a escuchar en
todo momento y a responder a toda pregunta. Y cuando conseguí la confianza de
las chiquillas y les hice olvidar el movimiento instintivo de cubrirse la cara
si alguna vez levantaba la mano al pasar junto a ellas (tan acostumbradas
estaban a los cachetes) sentí cierto contento que aumentó al comprobar el que
las niñas experimentaban cuando estaban conmigo. Recordé muchas veces las horas
vividas en las colonias y recordando los cantos que allí aprendí quise
rememorar aquellas horas y se los enseñé con gran entusiasmo suyo.
Quise enseñarles
gimnasia rítmica y alguna danza: conseguí la ayuda de una señorita, mas pronto
se cansó y tuve que desistir de mi empeño. En la escuela era imposible por el
local deficiente que teníamos, sin otras salas que las clases y sin patio: los
ejercicios gimnásticos los reservábamos para los días que salíamos de paseo,
los jueves por la tarde cuando el tiempo lo permitía (pocos por cierto). Eran
estos días verdaderas fiestas para las chiquillas, poco o nada acostumbradas a
que la maestra organizara sus juegos y tomara parte en ellos: celebraban con
gran regocijo el hallazgo de alguna piedra interesante o, cualquier mariposa o
insecto que sirviera para la colección.
!Y cuánto más provechosa
era cualquier lección dada, un día de paseo, que diez hechas en la escuela!
Recuerdo siempre la ilusión que despertaba el paseo que solíamos hacer todos
los años a ver el origen del Eresma! !Qué bien se enteraban aquel día todas las
niñas de cuanto se decía! ¡Cuántos temas de conversación teníamos para días
sucesivos! Pero las familias entorpecían esta labor pues consideraban que sus
hijas perdían el tiempo cuando en vez de estar cerradas en la escuela salían al
campo. Como si éste no fuera el mejor sitio para encontrar cosas dignas de
estudio.
En estos paseos siempre
nos acompañaba un libro... "Cuando la Tierra era niña", "Platero
y yo", "Poesías" de Machado, Gabriel y Galán…. !Con qué interés
escuchaban todas y cómo llegaron a saborear la lectura de estos libros! !Cómo
lloraban si leíamos la muerte de Platero!
Esta afición por la
lectura me hizo pensar en la necesidad de la biblioteca. Pero ¿cómo adquirir
libros con la irrisoria cantidad que el Estado daba para atender a todas las
necesidades de la escuela si la partida de calefacción consumía casi la mitad
de la consignación? No obstante, quise satisfacer la necesidad que aquellas
criaturas tenían de la lectura, ellas que casi exclusivamente habían leído las
torturadoras lecciones de memoria; reuní unos cuantos libros, comprando unos
(los menos) y añadiendo otros míos. Hicieron un pequeño catálogo, nombraron
bibliotecaria y auxiliar y muy modestamente comenzó a funcionar la biblioteca.
Solo las niñas del tercer grado tomaban libros y quedaban obligadas a hacer un
breve resumen de lo leído. Quedé contenta con los resultados pues observé que
no solo leían las pequeñas sino que la mayor parte de las veces el libro era
leído por toda la familia, que así empezó a interesarse por algo de la escuela.
Con estos resultados me encariñé con la biblioteca y procuré por todos los
medios aumentar el número de ejemplares llegando a reunir 180. Las
bibliotecarias llevaban un cuaderno en que anotaban el título y autor, las
fechas de entrega y devolución y el nombre de la lectora, pudiendo verse qué
libros eran los preferidos por cada una.
Otra de mis primeras
preocupaciones, dada la pobreza del pueblo, fue el funcionamiento de la Cantina
escolar: pero si para el de la biblioteca encontré grandes obstáculos
económicos, ni que decir tiene que infinitamente mayores fueron los que hallé
para la Cantina. Sin embargo, ante la necesidad de lograrla, trabajé sin
descanso y la conseguí, teniendo la alegría de poder dar comida sana y
abundante a aquellos pequeños para los que el comer en la Cantina era asistir a
un banquete constituyendo ésta la única comida seria que hacían en todo el día;
y aprendieron a comer con limpieza y a manejar el cubierto. Los niños
convivieron con las niñas ayudando los mayores a los pequeños a partir la carne
y el pan, a servirse, etc, etc, y se acostumbraron a tratar amablemente a sus
compañeras con las que también convivían en los juegos y excursiones.
El funcionamiento de la
Cantina me hizo pensar en hacer un ensayo modesto de enseñanza menagère: pero
como estaba instalada fuera de la escuela y yo había de atender a la clase, no
pude estar en la cocina y a la cocinera no le resultaba agradable y tampoco
sabía atender a las dos niñas que diariamente iban, y todo quedó reducido a que
las pequeñas arreglaran y adornaran los comedores y atendieran al servicio
mientras los: niños comían. El fregado de vajilla y lavado de mantelería
intenté que lo hicieran alguna vez pero hube de desistir ante las protestas de
las madres y convencida, por otra parte, de que aquellas niñas no necesitaban
aprendizaje de cosas que diariamente hacían en sus casas.
Lo que más gustaba a las
niñas y lo que con mayor cariño y entusiasmo atendían era la Sociedad infantil.
Fundada a fines del año veintiséis, cada día iba tomando mayor vida y hubieran
sido capaces de los mayores esfuerzos para evitar su disolución. Nació
pobremente: treinta y tantas o cuarenta niñas del tercer grado comenzaron
pagando una cuota de ingreso de 0,25 que quedó reducida a la semanal de 0,10.
Con los fondos recaudados de esta forma y alguna otra cuota extraordinaria de
0,25 pudimos hacer la primera excursión a los seis meses de la fundación de la
sociedad. Fuimos a Segovia, capital que muchas niñas no conocían a pesar de la
proximidad (once kilómetros), dándose el caso de niñas que subían por primera
vez en autobús siendo éste el único medio de comunicación del pueblo. La
emoción de aquellas chiquillas en su primera excursión es cosa que no olvidaré,
como creo no olvidarán ellas las impresiones de aquel día: los incidentes y las
visitas al Acueducto, Catedral, Alcázar, l Parral… ¡Qué lindo trabajo hicieron
algunas después!
Ni que decir tiene que
esta primera salida avivó el entusiasmo de las pequeñas y despertó el de los
mayores que empezaron a darse cuenta de la importancia de la función escolar y
lo demostraron con la emoción con que acudieron a despedirnos y a esperarnos,
con expresivas muestras de agradecimiento hacia mi labor. Con esto logramos
también una pequeña ayuda económica por parte del Ayuntamiento que consignó 25
pts en sus presupuestos como subvención para la sociedad, y con esta ayuda y el
aumento de asociadas hicimos el primer pedido de libros para la biblioteca, a
cuyo fin, según el reglamento deberían dedicarse 5 pts mensuales.
Al año siguiente fuimos
a El Escorial; a Ávila el año veintinueve, y el treinta hicimos tres
excursiones: en mayo Riofrío, en setiembre a Coca por Santa María de Nieva, y
en octubre a Sepúlveda, yendo por Turégano y volviendo por Pedraza.
En todas estas
excursiones, aparte de la convivencia entre los niños y niñas de La Granja,
logramos la de éstos con los de las localidades que visitábamos, con los que de
antemano les habíamos puesto en comunicación, dándose la nota simpática de que
después hicieron ellos por su cuenta, intercambios, pasando temporadas en casa
de los amigos.
Al calor de la Sociedad
Infantil nació la de antiguas alumnas, creada ante la insistencia de muchachas
mayores, que, sin haber sido discípulas mías, sintieron cierta pena al ver no
podían disfrutar ellas como sus hermanas pequeñas. Tanto insistieron que no
pude negarme y en noviembre de 1929 quedó fundada con la cuota mensual de una
peseta. Aun siendo pocas las asociadas y no grande la cuota, en setiembre del
30 fuimos a El Escorial que era uno de los sitios que más les interesaba por
haber oído hablar de sus bellezas a sus hermanillas.
No obstante lo bien que
la sociedad se desenvolvía, en reunión celebrada en marzo de 1931 en que les
anuncie mi nombramiento para Barcelona, acordaron disolverla, pues no quisieron
quedara en manos de las otras maestras que nunca vieron estas cosas con
simpatía.
Una de las notas más
simpáticas que logré con estas sociedades fué el acostumbrar a las muchachas al
autogobierno; ellas manejaban sus fondos y llevaban SUS libros de contabilidad
y de actas, redactaban Memorias a final de año en las que quedaba reflejado
todo el entusiasmo y el cariño que sentían y eran verdaderamente atrayentes las
sesiones que celebraban y la seriedad con que se observaba el riguroso turno
para hacer uso de la palabra.
OBSTÁCULOS QUE HE
ENCONTRADO PARA REALIZAR MI LABOR Y COMO LOS HE VENCIDO
El mayor obstáculo y más
doloroso para mí lo encontré en la compañeras que, lejos de secundar mi labor,
favorecieron siempre la crítica de las familias y procuraron aumentarme las
dificultades. Dura fue la censura que las familias hicieron cuando suprimí el
libro de estudio que hasta entonces habla sido el martirio de las niñas. Lo
mismo pasó cuando empecé a enseñarles cantos regionales, llegando a decirme
públicamente, en tono de acusación, que enseñaba “cantos callejeros" en la
escuela. No diré nada de cómo aumentaron las censuras cuando apareció en clase
el muñeco adquirido para que las mayores hicieran las ropitas para vestirle y
aprender a ponerle debidamente las prendas de recién nacido; entonces se comentaba
diciendo que en la escuela se jugaba a las muñecas en lugar de dar lección de
memoria. Lo mismo ocurrió sobre los trabajos manuales y el dibujo. Pero luego,
cuando con motivo de las excursiones las millas fueron acercándose a mí y pude
hablarles de las ventajas que cada una de estas cosas reportaba a sus hijas,
poco a poco me capté las simpatías, y como contaba con al cariño de las niñas y
como en sus casas veían era un disgusto para ellas el tener que faltar a la
escuela, conquisté su confianza y, con ella, acabaron casi. por completo los
reproches que se me dirigían.
Más difíciles de vencer
fueron siempre los inconvenientes económicos que entorpecieron y retardaron el
funcionamiento de la biblioteca y de la cantina. Sin embargo, maduré el plan y
lo llevé a la práctica: pedí su colaboración al director de la graduada de
niños; contando con ella esperé la época veraniega y fuimos los dos casa por
casa pidiendo donativos para reunir con ellos cantidad con que poder acometer
la instalación del comedor. En esta empresa sufrimos, naturalmente, grandes
desencantos, pero no fué inútil y logramos recaudar una suma modesta que nos
permitió abordar la realización del proyecto, logrando así mismo alguna
suscripción entre las personas acomodadas de la localidad.
Encontramos otro nuevo
inconveniente: la escuela no tenía sala donde instalar el comedor. Qué hacer?
Acudimos a las oficinas de la administración del entonces real patrimonio y
conseguimos la cesión de un local próximo a la escuela que ocupaban unas monjas
durante el verano. Obtuvimos del favor particular las mesas y sillas necesarias
y tan pronto como dispusimos del menaje indispensable inauguramos el comedor
con veintiocho niños que eran todos los, que cabían en el local cedido.
Más tarde solicité la
ayuda del Ministerio de Instrucción Pública que nos otorgó una subvención de
mil pts el primer año y dos mil los últimos. En vista del desahogo económico
que esta ayuda nos proporcionaba y ampliando el comedor, acordamos aumentar el
número de raciones a veinte niños y veinte niñas. La cantina funcionaba durante
los meses comprendidos de noviembre a marzo, ambos inclusive. Aunque las
suscripciones particulares disminuían de día en día por la apatía del pueblo,
que era el mayor enemigo que tenía la cantina, se mantuvo bien gracias a la
subvención citada, y al cesar yo el 31 de marzo del año actual en el cargo de
secretaria, quedaban unas cuatro mil pts en la Caja Postal.
No fueron tan grandes
los obstáculos que hallé para el funcionamiento de la biblioteca. Dediqué a la
adquisición de libros veinte o veinticinco pts del presupuesto escolar y
cincuenta o sesenta de la Sociedad Infantil y pronto logré disponer de
ejemplares suficientes para que todas las niñas hicieran una lectura semanal.
Esto en mi escuela de La
Granja. Nombrada en abril maestra de Barcelona, no se inauguró el grupo a que
fuí destinada hasta el 18 de mayo. Tuve la mala suerte de no tener directora
por hallarse enferma y me encargaron de 20 niñas analfabetas por falta de
escolaridad (muchachas hasta de doce años) y sinceramente creo que el mes y
medio que estuve con ellas obtuve muy poco o ningún resultado: al menos
comprobé que pasado el verano no quedaba ninguna señal de mi labor. Ya al
frente de la escuela la directora, hube de encargarme de la clase de Castellano
organizada en virtud del Decreto sobre bilingüismo: cuarenta niñas en total,
desde párvulos hasta las de trece años, algunas de las cuales cursan primer año
de Bachillerato. Una unitaria en la que encuentro múltiples inconvenientes, en
que trabajo mucho y obtengo poco y que me obliga, a veces, a sentir nostálgico
recuerdo de mi escuela de La Granja.
Qué más hice yo?
Ciertamente lo expuesto no es ninguna novedad, pero cuando fuí a La Granja el
último verano y acudieron a verme las niñas, cuando recibo cartas de las
muchachas que convivieron conmigo durante seis años, que ya son mujercitas, y
veo mezclados el respeto, la confianza y al cariño, creo fue esto lo mejor y
llego a pensar no es tan poco como parece.
Barcelona 24 noviembre
1931
Enriqueta Castellanos
[firmado y rubricado]
Enriqueta Castellanos en
el Mar, con unos amigos. Archivo Enriqueta Castellanos.
Enriqueta Castellanos, con unos amigos, en el Último Pino. Archivo Enriqueta Castellanos.