El escritor
Nordahl Grieg llegó a España a participar en el II Congreso de escritores para
la defensa de la Cultura, que se desarrolló en las ciudades de Valencia,
Madrid, Barcelona y París en julio de 1937.
Revista Regards. Artículo a doble página del Congreso de escritores para la defensa de la Cultura, con la presencia de Nordahl Grieg. 22 de julio de 1937. BNF Hemeroteca digital.
Como
conclusiones a este Congreso se elevaron las siguientes:
Los
escritores de veintiocho naciones, reunidos para su II Congreso Internacional,
que ha tenido lugar en Valencia, Madrid y Barcelona y ha terminado sus trabajos
en Paris proclaman:
Primero: Que la cultura que se han comprometido a
defender, tiene por enemigo principal al fascismo.
Segundo.
Que están dispuestos a luchar por todos los medios de que disponen contra el
fascismo, ya cuando muestres su rostro destructor, o adopte, para llegar a sus
fines, formas desviadas; en una palabra, declaran estar dispuestos a luchar
contra los autores de la guerra.
Tercero.
Que en la guerra efectiva que el fascismo ha abierto contra la cultura, la
democracia, la paz, y en general, la felicidad y el bienestar de la Humanidad, ninguna
neutralidad es posible, ni puede pensarse en ella, como han comprobado en dura
experiencia los escritores de numerosos países en donde todo pensamiento está
limitado a las terribles condiciones de la ilegalidad.
El poeta danés Sigvard Lund, la corresponsal noruega Gerda Grepp y Nordahl Grieg en la Puerta del Sol. Madrid, julio de 1937. CDMH. Foto Walter Reuter.
El poeta danés Sigvard Lund, la corresponsal noruega Gerda Grepp y Nordahl Grieg en la Puerta del Sol. Madrid, julio de 1937. CDMH. Foto Walter Reuter.
Nordahl Grieg.
Extracto de Verano español, crónica 4.
"Llegaban
buenas nuevas del frente: la República había iniciado su gran ofensiva sobre Brunete.
Constantemente llegaban delegaciones de soldados para saludar a los escritores,
muchas de las Brigadas Internacionales. Cuando desfilaban por el pasillo
central de la sala, les aplaudíamos y vitoreábamos enardecidos. A las afueras
de Madrid, aquellos hombres luchaban para la defensa la cultura.
Me invadió una
sensación de vergüenza. Le habíamos pasado la responsabilidad a ellos. Cuando
levantaban el brazo y nos saludaban con el puño, distinguíamos la pequeña placa
de metal que llevaban alrededor de la muñeca. Era la señal que los
identificaría cuando los mataran o los trasladaran al hospital.
Malamente
habíamos defendido la cultura con nuestras palabras y nuestras ideas, malamente
habíamos hecho nuestro trabajo los hombres del espíritu, puesto que tenían que retomarlo
extenuados mecánicos a pie de ametralladora.
La imaginación
debería haber sido ser nuestro distintivo, y de qué modo tan miserable la
habíamos empleado. En nuestras manos, la cultura se había convertido en una
pequeña especialidad para un círculo de iniciados. Habíamos reculado ante el
terrible imperio de la injusticia sobre la tierra. Nuestras palabras no habían
logrado llegar a los oprimidos de nuestros propios países del atardecer; la
oscuridad en la que vivía la humanidad, incontables millones de personas, nos
era desconocida. Y sin embargo, ahora que el mundo temblaba ante estos tiempos
de ceguera, penuria y atrocidad, nos lamentábamos de que la cultura corriera
peligro. ¿Qué cultura?"
Nordahl Grieg pronuncia su discurso ante el Congreso. Fondo Guillermo Fernández Zúñiga. Foto Walter.
Nordahl Grieg pronuncia su discurso ante el Congreso. Fondo Guillermo Fernández Zúñiga. Foto Walter.
Nordahl Grieg pronuncia su discurso en el Congreso de
escritores para la defensa de la Cultura el martes 6 de julio en las jornadas
de Madrid, en el auditorio de la Residencia de Estudiantes, después de su
colega y amigo el cubano Nicolás Guillén.
DISCURSO NORDAHL GRIEG
Un escritor antifascista que,
desde su país apacible y neutral, llega a la España en lucha, siente la
necesidad de probarse a sí mismo y de probar su obra. Su propia insuficiencia
le causa entonces un sentimiento de vergüenza. Ve a los hombres en las
trincheras que lo dan todo, que viven en un mundo de acción y de muerte, y no
puede dejar de pensar que él se ha quedado lejos del peligro con las palabras y
la vida.
En España sentirá constantemente
lo que seguramente ya ha sentido en otros momentos llenos de amargura y de
reproches, que su contribución debe ser infinitamente más grande y más
infatigable. Lo que he visto aquí será como una llaga abrasadora en su
conciencia. Cada día que no aporte todas sus fuerzas a la lucha contra el fascismo,
tendrá el sentimiento de traicionar a estos hombres que le han entusiasmado por
su heroísmo y, en su país neutral, se sentirá un desertor del frente español.
Es el derecho
a llamarnos camaradas y hermanos de los combatientes el que nosotros, escritores
de los países democráticos, debemos conquistar.
Que nuestras
palabras vuelvan a ser eficaces, como lo han llegado a ser en España y en la
literatura constructiva de la Unión Soviética. Allí, la palabra se ha
convertido en acción.
Frente a
Madrid, en las trincheras de las primeras líneas de la República, hemos visto
escuelas y bibliotecas a cien metros del frente fascista. Las ametralladoras de
los moros tiran por encima de las trincheras, mientras que los jóvenes soldados
van a la escuela. Es el símbolo del fascismo querer arrebatar al pueblo la
posibilidad de una vida más bella. Pero en esas clases ahondadas en la tierra,
la palabra desarrolla al hombre, la palabra le hace más fuerte, más consciente,
la palabra le abre un porvenir mayor. Y todas las noches el coche del altavoz
sale para el frente, las palabras se oyen a tres kilómetros, los fascistas
deben escuchar la verdad. Tiran sobre el altavoz, tiran sobre la verdad.
Pero las
palabras llegan a muchos de los suyos, les obligan a pensar y frecuentemente
les hacen deponer las armas. Las palabras pueden dar la fe al hombre y sembrar
la duda entre el enemigo, pueden aproximar la victoria sobre el fascismo. He
aquí lo que son las palabras eficaces y es esto lo que debemos aprender en las
democracias de la Europa occidental.
Una de las
tareas de este Congreso es la de definir el terreno de nuestra actividad, hacer
ver lo que podemos hacer en la lucha contra el fascismo y, ante todo, lo que
podemos hacer por la República española.
Para que una
palabra tenga potencia, no es preciso que se exprese, sino que llegue a
aquellos a quienes puede servir. Nosotros, los escritores antifascistas de los
países democráticos, sabemos, o deberíamos saber, que nuestras palabras no van
hasta aquellos que deberían servirse de ellas. La mayoría de nuestros lectores
son burgueses en quienes nuestras palabras, todo lo más, despiertan algunos
pensamientos que inmediatamente vuelven a amodorrarse. Un artífice busca los
mejores materiales para su trabajo, pero nosotros, los escritores, ¿lo hacemos?
¿Vamos hasta
la parte más maleable, la más prometedora de nuestro pueblo: hasta las masas ?
La respuesta es que no.
Voy a tomar un
ejemplo preciso. La organización internacional de marinos no ha decidido aún el
bloqueo de Franco. Algunos países han intentado declarar el bloqueo, pero, por
ejemplo, en Noruega las autoridades han declarado ilegal el bloqueo de los
puertos franquistas. Es, pues, ilegal obrar humanamente. El argumento burgués
contra el bloqueo es que no hay ninguna acción internacional, lo que no sería
más que un golpe de espada en el mar, puesto que las organizaciones de marinos
en la mayor parte de los países, y particularmente en Inglaterra, se
mantendrían apartadas. En general nosotros acusamos a los jefes de los sindicatos.
Bien. Pero no es interesante acusar a los demás.
Lo que nos
interesa a nosotros, escritores antifascistas, es hacer la pregunta así:
Nuestra palabra, nuestra lucha contra el fascismo, por una España libre, ¿ha
llegado a los trabajadores, a los marinos, los ha estimulado?
Los hechos
prueban que no los hemos estimulado.
Entre los
marinos se encuentran los mejores hombres del proletariado; tienen una profunda
facultad de solidaridad; ayudan con abnegación y heroísmo a camaradas
desconocidos que peligran en la tempestad; pero la solidaridad con los
camaradas en peligro en una democracia amenazada no se ha realizado aún. Un
esteta burgués dirá que esta cuestión estaría en su lugar en un congreso de
trabajadores de transportes y no en una reunión de escritores. Pero nosotros
estamos mejor informados: nuestros intereses, nuestra lucha, son los mismos.
Se trata, para
nosotros escritores, de hacernos escuchar por las masas trabajadoras, de
decirlas en un lenguaje que comprendan, que es aquí y ahora cuando debe influir
su solidaridad. Cada día que se retrase el bloqueo de Franco, mueren hermanos
suyos, mujeres y niños son asesinados.
Es preciso que
nuestros esfuerzos para hacerlo comprender a los marinos estén guiados por un
plan internacional: los escritores de América, de Inglaterra, de Escandinavia,
de Holanda, de Bélgica y de Francia deben actuar al mismo tiempo y
unánimemente. Debemos encontrar la palabra que cree la acción. He aquí dónde
están nuestras responsabilidades, nuestro deber. He mencionado este caso
particular y concreto, porque ante todo este Congreso debe ocuparse de
cuestiones concretas.
Otros
escritores de miras más elevadas y más vasta experiencia suscitarán otros
problemas. Aquí en España nuestra voluntad, ardiente y constante, de participar
en la lucha antifascista, habrá recibido tareas precisas y una nueva fuerza.
(Extraido de Hora de España, revista mensual, nº VIII, Valencia, agosto, 1937)
El discurso de Nordahl Grieg aparecerá en la reedición de Verano español.
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